Después de terminar la carrera de diseño gráfico en Mendoza, no tardé en encontrar trabajo. Era un local pequeño, tipo Workcenter, donde se hacía un poco de todo: impresiones, retoques, maquetaciones express… diseño rápido y sin alma. Al principio me vino bien —era experiencia, era dinero, era tener algo que contar si me preguntaban—, pero en el fondo yo sabía que no era eso lo que quería para mi vida.
Y así empezó el bucle silencioso: lo que al principio era temporal se volvió costumbre, y la costumbre se convirtió en rutina. Y cuando te acostumbras a una rutina que no te mueve… entras sin darte cuenta en la famosa zona de confort. Yo ganaba mi sueldo, conocía el trabajo de memoria, nada me sorprendía. Pero tampoco me motivaba. Y lo peor: ni siquiera me planteaba cambiar.
Hasta que un día, sin previo aviso, algo dentro de mí empezó a agitarse.
Recuerdo vívidamente «ese momento» mientras esperaba el autobús.
Cada día era una copia del anterior. Esperaba el autobús, subía, pagaba, y como quien juega a un juego triste, escaneaba con la mirada cuántas caras repetidas encontraba ese día. Siempre estaban ahí: la señora de ojos perdidos, el grupito de adolescentes de las bromas demasiado ruidosas, el señor de gafas que saludaba a todo el mundo como si fuera portero de un edificio imaginario… y, cómo no, el conductor malhumorado nunca frenaba del todo y te obligaba a correr y saltar como si el autobús fuera un tren en marcha.
Había más personajes, pero estos eran el elenco estable de la rutina.
Cuatro viajes al día. Horario partido. Subía, bajaba, subía, bajaba.
Después llegaba al trabajo, encendía el ordenador, y me ponía a trabajar sin grandes sobresaltos. A veces me sentía hastiado. Otras, simplemente desconectado.
Y vuelta al autobús.
Así pasaban los días. Así pasaban los años. Casi cuatro, para ser exactos.
Era pura inercia. Como si mi vida fuera un archivo en bucle y yo solo le diera a “repetir”.
Pero volviendo a «ese momento del autobús», algo distinto ocurrió esta vez. Estaba ahí, aburrido como una ostra, mirando al suelo, … cuando de pronto, sin previo aviso, algo hizo clic en mi cabeza.
Fue como si otra parte de mí, se hubiera despertado de golpe haciendo preguntas incómodas e imposibles de ignorar:
“¿Esto es todo?”
“¿No habrá otra forma de vivir?”
“¿Y si existieran otras opciones, otros trabajos, otros caminos que ni siquiera me estoy permitiendo imaginar?”
No necesité pensar demasiado. Casi por reflejo, me respondí que SÍ.
Sí. Existen otras posibilidades.
Sí. Hay otra manera de hacer las cosas.
Fue una respuesta clara, firme, como si hubiese estado esperándola desde hace años.
Y ese fue el principio del cambio.
Sólo quería que ese autobús desapareciera. Ese autobús era el símbolo de todo lo que quería cambiar.
Y sí, por si alguien se lo pregunta… el autobús llegó y no me subí. Me quedé inmóvil viéndolo pasar. Y aunque 20 minutos después me subí al siguiente —porque sigo siendo una persona responsable y tenía responsabilidades—, algo en mí ya se había movido.
El clic ya estaba hecho.
Desde ese momento, todo empezó a cambiar.
Para cambiar, tuve que salir de la zona de confort.
No tenía un plan detallado. Tenía una idea del camino a seguir pero lo más claro era: que no quería seguir igual. Y a veces, eso es más que suficiente para empezar.
Mi objetivo era hacer un master en Europa, y con ese plan en la cabeza, sin contarle a nadie, me sentaba los sábados por la tarde —cuando el trabajo me dejaba— y buscaba opciones, comparaba másters y empezaba a considerar una posible calendario para hacer el viaje.
Una parte soñaba con ese nuevo camino; la otra se ahogaba en dudas.
No sabía cómo iba a reaccionar mi pareja, mis padres, mi jefe, mis amigos.
Y, aun así, empecé.
Tenía un mundo entero por resolver, y solo de pensarlo se me venía todo encima. Trámites, decisiones, conversaciones incómodas. El miedo al “y si…”.
Hasta que un día hice algo mínimo que, sin saberlo, lo cambió todo: escribí una lista.
Anoté cada cosa pendiente, una por una. Era agobiante y desalentadora. Pero luego se me ocurrió hacer otra lista con las cosas que quería conseguir, y eso lo cambió todo.
La primera lista ya no me asustaba porque la segunda me emocionaba.
Ya no era solo una idea flotando. Estaba ahí, visible, posible.
Esa lista fue mi brújula. Y aunque aún me quedaba todo por resolver, yo ya podía ver hacia dónde iba.
Menos de un año después de aquel día en la parada de autobús, mi vida ya no se parecía en nada a lo que había sido.
Había cambiado de continente, de trabajo, de pareja, de rutina. Todo. 🤯
Estaba en Barcelona, a 14.000 kilómetros de mi zona de confort, compartiendo piso con un cocinero francés y dos chicas suecas que también estudiaban como yo.
Me estaba especializando en algo que me apasionaba, rodeado de personas que me inspiraban, en una ciudad que me recibió con mucho cariño.
Me abrí a otra cultura, a otros ritmos, a otras formas de entender el mundo.
Y, sobre todo, empecé a abrirme a mí, porque ahí, en medio de lo nuevo, empecé a ser quien realmente quería ser.
Crear algo nuevo es un salto a lo desconocido

En esta historia la creatividad no fue un diseño o una idea brillante… fue simplemente la decisión valiente de hacer algo distinto.
Porque al final, eso también es ser creativo: atreverse a imaginar una vida diferente, incluso cuando todavía no sabés cómo va a ser.
Cuando lo dejé todo y vine a estudiar en Barcelona tuve la sensación de tirarme a una piscina sin saber si había agua, pero esa voz interna (esa sabiduría silenciosa que todos llevamos dentro) me decía que este era el momento.
Crear algo nuevo da miedo porque implica entrar en un territorio desconocido. Significa dejar de sostener lo viejo —aunque a veces no nos sirva para nada— para explorar lo incierto.
Pero en ese salto es donde ocurre la transformación.
A veces hay que animarse a cruzar cuando no hay puente… hasta que das el primer paso, y el camino comienza a dibujarse con cada paso que das. La creatividad traza el camino mientras avanzas.
Tuve que ser creativo. Porque ser creativo no siempre es diseñar algo brillante… a veces es simplemente atreverte a hacer algo diferente.
Cambiar de verdad es un acto creativo. Es imaginar lo que aún no existe, y tener el coraje de construirlo.

✏️ Ejercicio: El mapa de lo viejo y lo nuevo
Compartimos contigo un ejercicio muy simple pero efectivo: el mapa de lo nuevo y lo viejo.
La creatividad no es un lujo para artistas. Es una necesidad vital para cualquier persona que quiera transformar su mundo. Hoy más que nunca, necesitamos personas que se atrevan a imaginar lo que aún no existe.

1️⃣ En la primera columna escribe: “Lo que quiero soltar” (hábitos, rutinas, pensamientos, proyectos que ya no te nutren).
2️⃣ En la segunda: “Lo que quiero crear” (ideas, acciones, pequeños cambios que te ilusionen).
3️⃣ Elige una cosa pequeña de la columna 2 y ⚠️ comprométete a empezar esta semana.💪🏻
Descárgate el Mapa de lo nuevo y lo viejo aquí abajo ⬇️